Fast-fashion: análisis de sus secuelas en diferentes ámbitos
Elena Guichot Bordons, participante del curso de formación de voluntariado universitario del Proyecto Baramu 2, reflexiona en este artículo sobre la industria de la moda y el fenómeno de la fast-fashion como un modelo de consumo con consecuencias sociales y ambientales devastadoras.
La fast-fashion o moda rápida es en nuestros días el modelo de consumo dominante. Esta se caracteriza por la producción masiva de prendas de ropa de mala calidad, que pueden ser vendidas a bajo costo gracias a los bajísimos salarios que perciben las personas encargadas de fabricarlas, cosa que ocurre generalmente en países considerados en vías de desarrollo (Greenpeace México, 2021). Tanto la calidad como el precio de estas prendas llevan a que se haya normalizado consumir grandes cantidades de ropa, contribuyendo así a reforzar una situación medioambiental y social insostenible.
Dada la gran implicación del fenómeno de la moda rápida en ámbitos como la desigualdad social o el cambio climático, es relevante que se investigue más al respecto de las consecuencias medioambientales, sociales, económicas y psicológicas de este sistema de producción. De esta forma, este artículo trata de hacer una revisión sistemática del tema. Asimismo, propone algunas medidas que pueden paliar esta situación.
Implicaciones de la fast-fashion
Perspectiva medioambiental
A raíz de fenómenos como el movimiento “Fridays for Future”, iniciado por Greta Thunberg en 2018, los problemas derivados del cambio climático han empezado a ser materia de interés popular, así como sus causas y la relación existente entre lo que las personas consumimos y los cada vez más devastadores problemas medioambientales.
Esta preocupación se ha centrado, entre otros, en el sector textil, al ser esta la segunda industria que más contamina el agua dulce (Barahona-Gaete, 2018). De hecho, el uso excesivo de agua aparece ya al inicio del proceso, pues para producir un kilo de algodón es necesario utilizar más de 10.000 litros de agua, a lo que debemos sumar los 150m3 de agua usados para ennoblecer cada tonelada de tejido (Vega-Arias, 2021). Esta agua, que contiene pesticidas y químicos, acaba en muchos casos volviendo a los ríos sin ser correctamente descontaminada, lo que constituye una gran amenaza para muchas poblaciones cercanas a fábricas de este tipo, que en muchos casos se ven obligadas a seguir consumiendo esta agua ahora contaminada. Por ende, no se trata solo de un problema de carácter medioambiental, sino también social, ya que esta situación afecta a las personas con menos recursos económicos, y cuya situación garantiza a las empresas que dificilmente tendrán poder suficiente como para conseguir que se lleve a cabo una acción legal contra las mismas.
Además, la contaminación medioambiental no se limita a la propia producción de la ropa, esta industria genera unos 75 millones de toneladas de residuos al año, de las cuales solo un cuarto será reciclado (Barahona-Gaete, 2018). Asimismo, el lavado de las prendas, las cuales están hechas en un 60% de los casos por materiales sintéticos, dado su bajo coste, provoca un vertido de microplásticos en el agua (Resnick, 2019). Microplásticos que a día de hoy ya han sido detectados en nuestra sangre, y cuyos efectos en nuestro cuerpo aún desconocemos (Izquierdo, 2022).
La atención mediática que ha recibido el sector ha llevado a que las grandes multinacionales se vean forzadas a implementar medidas con una visión más sostenible. No obstante, en ocasiones estas compañías tratan de jugar con medias verdades para hacer creer a sus clientes potenciales que sus productos son más ecológicos de lo que realmente son. Para esta práctica se utiliza el término “greenwashing”, acuñado en 1989 para hacer referencia a algunas compañías muy contaminantes (DuPont, American Nuclear Society y Society of Plastics Industry) que trataron de fingir una gran preocupación por el medio ambiente (Salas-Canales, 2018).
El greenwashing se pone en práctica a través de eslóganes y campañas de publicidad que tergiversan la verdad, usando estrategias como la de destacar ciertas cualidades del producto que lo hacer aparentemente más ecológico, distrayendo así la atención de otras más negativas. Ejemplos de estas técnicas los encontramos también en otros sectores, como el alimentario, donde es frecuente encontrar etiquetas que señalan la ausencia de azúcares añadidos, cuando realmente la cantidad de edulcorante utilizado es muy elevada. Sin embargo, el público acaba por darse cuenta de estos engaños, lo que lo lleva a desconfiar del “marketing ecológico”, al no poder asegurarse de qué es realmente sostenible, y esto perjudica enormemente a las pequeñas empresas que sí tratan de producir de forma más sostenible (Salas-Canales, 2018).
Por supuesto, la fast-fashion no ha hecho más que empeorar esto, de manera que, en el mundo, la cantidad de veces que se usa una prenda antes de desecharla ha disminuido en casi un 40% en los últimos 15 años (Larios-Francia, 2019). Lo que implica que algunas prendas acabarán en el vertedero con menos de 10 usos (Greenpeace México, 2021).
Perspectiva social
El 25 de marzo de 1911, un accidente en la fábrica de ropa “Triangle Shirtwaist”, en Manhattan, provocó un incendio que dejó a 146 trabajadores y trabajadoras muertas. La mayor parte de las víctimas fueron mujeres, inmigrantes europeas, que no tenían seguro médico. Sin embargo, este no es un caso aislado, tales eran las pocas garantías de seguridad en las fábricas, que el gremio textil tenía sus propios carros de bomberos (Barahona-Gaete, 2018).
Más de un siglo después, esta situación de precariedad absoluta perdura entre las personas que trabajan para la moda, aunque gran parte de las sedes de producción se han trasladado a países considerados en vías de desarrollo. Para entender esto debemos hablar del fenómeno de la deslocalización, que consiste en el traslado de las fábricas de una empresa a otros países, en busca de mano de obra más barata. En los 70, debido al auge del neoliberalismo, esto comenzó a ser un problema para el sector textil, actualmente uno de las que más deslocalización presenta a nivel global. Por lo que en 1974 se firmó el Acuerdo Multifibras (AMF), que establecía unos límites en la deslocalización. No obstante, el acuerdo se destruirá en 2005, al comprobarse la ineficacia del mismo, ya que lo único que consiguió fue que las compañías occidentales optasen por invertir en fábricas en países no incluidos en el acuerdo, como Bangladesh, Indonesia y Tailandia (Real-Revuelta, 2019). Los países elegidos también destacan por carecer de leyes que regulen la actividad de empresas extranjeras, lo que los convierte en una especie de paraísos fiscales de la producción, donde la mano de obra se encuentra en estado de esclavitud.
La deslocalización no solo es negativa para el país del que proviene la empresa, que pierde esos puestos de trabajo, sino especialmente para el país elegido como destino. La razón es que los salarios que se pagan en estos trabajos cubren, en países como Bangladesh, solo un 60% de los gastos reales de las personas empleadas, aun viviendo en barrios de clase baja (Barahona-Gaete, 2018). Además, las jornadas de trabajo son de unas 12 o 14 horas diarias, en las que casi el 80% de los trabajadores afirmaron no poder alcanzar el ritmo de producción requerido, por lo que deben hacer horas extras no cotizadas para recibir el salario estipulado, que en ocasiones ni siquiera les garantiza el acceso a una alimentación apropiada. Debido a la rentabilidad que sacan las compañías de esta práctica, actualmente el 80% de la ropa que consumimos en España se produce en otros países (Vega-Arias, 2021).
Por otra parte, la brecha de género es algo que no se puede obviar al hablar del sector de la moda, pues las mujeres constituyen entre el 80% y el 90% de las personas dedicadas al sector textil. Algunos de los factores a los que se debe esta diferencia es que a menudo mujeres jóvenes se ven obligadas a trabajar para traer un sueldo más a su hogar, pero como no se les permite recibir una educación como la masculina, deben dedicarse a trabajos como este, puesto que son los únicos dispuestos a contratarlas, y saben que dada su situación de necesidad aceptarán el puesto pese a lo bajo que son los sueldos. De esta forma, se ha determinado que en Bangladesh las mujeres y niñas cobran de media un 23,2% menos por hora que los hombres (Vega-Arias, 2021)
Ante estos datos quedan claras las razones de ciertas empresas con bajos estándares morales para asentarse en países como Bangladesh, así como es descorazonador observar cómo los propios gobiernos de estos países se ven obligados a mantener esas condiciones de trabajo tan nefastas para lograr que las empresas se queden en el país (Vega-Arias, 2021). Los resultados de estas escalofriantes políticas que se llevan a cabo mientras esas mismas empresas afirman que sus productos son más ecológicos y sostenibles que nunca, son datos como que la gran mayoría de los 36 millones de personas catalogadas hoy día como en estado de esclavitud, se dedican a la industria de la moda (Barahona-Gaete, 2018).
Perspectiva económica
Otro aspecto muy discutido sobre el incremento de la fast-fashion, es la creación de puestos de trabajo que supone. No obstante, el Bureau of Labor Statistics ha evidenciado una caída de las del 80% del empleo creado por el sector en las últimas dos décadas, puesto que la productividad de las máquinas usadas en todo el proceso ha aumentado, pero también lo han hecho las exigencias de producción hacia las personas empleadas, a diferencia de sus sueldos, que se mantienen bajos (Barahona-Gaete, 2018).
Además, como ya se ha comprobado en los puntos anteriores, no es cierto que este sector promueva el desarrollo de países como Bangladesh, o que constituyan una fuente de dinero segura y justa para sus habitantes. Por el contrario, la industria favorece las desigualdades económicas, moviendo la fortuna desde las clases obreras a los altos cargos de las multinacionales. Esto es fácilmente visible en España, donde las dos personas más ricas en 2021 eran accionistas de Inditex (Forbes, 2021).
Es más, una de las barreras más comunes que encontramos a la hora de optar por productos más sostenibles consiste en la creencia de que los precios son demasiado altos para el artículo en cuestión. Es difícil luchar contra esa creencia, puesto que para comprender el verdadero precio de algo es necesario tener en cuenta la calidad de los materiales usados y la calidad de vida de la que disfrutan las personas involucradas en su fabricación. De forma que actualmente es muy difícil que algunas personas decidan invertir en prendas con precios que hace un par de décadas eran normales, pero ahora resultan caros (Salas-Canales, 2018).
Perspectiva psicológica
Algunos autores han defendido la importancia de la fast-fashion como agente democratizador de la moda, ya que el acceso a la misma es ahora más barato que nunca. Sin embargo, el poder comprar una camiseta por 3€ no solo ha facilitado que cualquier persona pueda comprarla, sino que ha establecido una dinámica por la que tener ropa nueva constantemente es un símbolo de clase social, por lo que de alguna forma en la moda sigue perdurando la distancia social entre clases marcada por la economía.
Por otra parte, esta bajada de los precios no sería tan rentable para las grandes multinacionales si no fuese por la necesidad que han sembrado en la población de comprar ropa nueva constantemente. Esto lo consiguen con estrategias como la creación constante de nuevas colecciones y nuevas tendencias, que tratan de crear un sentimiento en quien no las sigue de no estar a la moda. También observamos como, a diferencia de hace unas décadas, ahora las tiendas hacer rebajas en muchas ocasiones a lo largo del año, de nuevo incentivando la compra con el mensaje de “si no lo compras ahora estás perdiendo dinero”.
No obstante, es importante señalar que se estima que, solo en los últimos 5 años, más de un tercio de la población ha empezado a considerar aspectos como la sostenibilidad, el que se garanticen los derechos de las personas que han trabajado en el producto, o el que sea un producto cruenty-free a la hora de elegir qué artículos comprar (Larios-Francia, 2019).
Un factor bastante relevante en la elección de productos es lo que a nivel psicológico denominamos “disonancia cognitiva”. Se trata de un fenómeno que ocurre cuando la acción que estamos realizando entra en discordia con algo que pensamos. Para evitar los malos sentimientos que esto nos generaría, automáticamente nos ocultamos parte de la verdad que hay detrás de lo que estamos haciendo, lo que nos justifica y excusa por nuestras acciones. Esto ocurre en todos los ámbitos de nuestra vida, pero me parece especialmente importante recalcarlo en el aspecto de la moda, ya que en ocasiones pequeños detalles como ver que una prenda está hecha con cierto porcentaje de material reciclado, o que la marca afirma que viene de fuentes sostenibles, ya aporta la justificación que necesitamos para comprar más ropa de la que realmente es necesaria.
Conclusiones
Me parece que la frase “el producto más sostenible es el que ya existe” define muy bien los problemas a los que nos enfrentamos con la moda rápida. De manera que una gran parte del greenwashing se ha dedicado a convencer a las personas de que necesitan esos productos nuevos para su bienestar, asumiendo que la única mejoría posible es tratar de que estos sean más ecológicos. Y, sin embargo, la realidad es que a través del marketing nos están educando en que no tener “lo más nuevo” nos genere una gran insatisfacción vital.
No obstante, al tratarse este de un deseo inculcado y no de una necesidad real, considero que podemos combatir esta situación. Para ello, es importante ofrecer una educación medioambiental en las escuelas, que conciencie a las nuevas generaciones de la importancia de cuidar el planeta, pero también deben hacerse campañas directamente en empresas u otras instituciones, ya que es importante que esta educación repercuta en los hábitos de consumo cuanto antes. Por otra parte, es esencial que esta educación incluya una parte social ya que, especialmente en el caso del sector de la moda, las desigualdades son a menudo invisibilizadas. Además, sería interesante reivindicar el valor de comprar ropa de segunda mano, así como promover los intercambios de ropa. Otras medidas enfocadas en disminuir la producción son el fomentar que todo el mundo posea unos conocimientos básicos de costura, que les permitan reparar las prendas que tiene algún desgaste. De esta forma, se pretende revertir la mala fama que ha caído sobre prácticas como estas, que al ser, en definitiva, menos rentables para las empresas, han sido desprestigiadas.
La fast-fashion es tan solo una consecuencia inevitable del modelo capitalista, que en la actualidad nos lleva a dar más valor al dinero que a las personas o al futuro del planeta que habitamos. De forma que tras las cifras quedan escondidas la despersonalización y falta de empatía que este modelo necesita para prosperar.
Por Elena Guichot Bordons
Referencias
Barahona Gaete, María Luisa Natalia (2018). Análisis del Fast Fashion como generador de patrones de consumo insostenibles (Bachelor’s thesis, Fundación Universidad de América).
Forbes. (2021). Lista: Estos son los 100 más ricos de España 2021 | Forbes. Forbes España. https://forbes.es/mas-ricos-espana/2021-a/lista-100-mas-ricos-espana-2021/
Greenpeace México. (2021). Fast fashion: de tu armario al vertedero. https://www.greenpeace.org/mexico/blog/9514/fast-fashion/
Izquierdo, Noelia. (2022). Los microplásticos se detectan por primera vez en la sangre humana. Gaceta Médica. https://gacetamedica.com/investigacion/microplasticos-sangre-humana-investigacion-contaminacion-medioambiente/
Larios Francia, Rosa Patricia (2019). El reto de la sostenibilidad en la industria textil y de la moda.
Real Revuelta, Paula (2019). La responsabilidad social corporativa en la industria textil europea.
Salas Canales, Hugo Jesús (2018). El greenwashing y su repercusión en la ética empresarial. Neumann Business Review, 4(1), 28-43.
Vega Arias, Isabel (2021). Fabricado en Bangladesh. La realidad de un país que se esconde tras la etiqueta. Made in Bangladesh. The reality of a country behind the label.