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11/junio/2024

Imaginarios colectivos en el África subsahariana: Cartografía cognitivas y nuevas narrativas

Imaginario colectivo en torno a mitos alegóricos y leyendas urbanas que versan sobre temáticas macabras, poblando los circuitos culturales del África subsahariana, los cuales, desarraigados en las diversas diásporas históricas de sus nichos naturales, pasaron a reconfigurar los mapas mentales de nuevas coordenadas (Caribe o Norteamérica), dónde se acabaron asentando y evolucionando hacia nuevas formas y temáticas narrativas.


Por María Alonso Márquez Gento
Alumna del Curso de Formación Nuevas Narrativas: Recuperando el poder del discurso social y humanista sobre las migraciones

 

Resuelvo, tal vez imbuida por cierto misticismo, que en ocasiones son los libros los que te buscan a ti y no al contrario. Esto fue lo que ocurrió con esta obra, sobre la que baso y fundamento mi trabajo; Monstruos del mercado. Zombis, vampiros y capitalismo global de David McNally, y ya, muy en concreto, sobre el capítulo tercero titulado Vampiros africanos en la era de la globalización y la conclusión denominada Una belleza horripilante. Los sueños monstruosos de la utopía.

La casualidad (o no) lo puso en mis manos y ahí comenzó nuestra idílica aventura, que trasciende hasta hoy.

En tono de ensayo he intentado hacer un recorrido cultural por distintas geografías humanas y físicas, que van desde el África subsahariana hasta el caribe haitiano. Estructurados en varios bloques temáticos, interconectados entre sí, propongo adentrarnos en las diversas narrativas culturales, que van desde el folclore popular a las diversas manifestaciones cinematográficas, literarias o musicales. Una estructura que nada o poco tiene que ver con la del libro citado y que no obstante recalco que ha sido el pilar sobre el que se cimienta las líneas que prosiguen.

Dada las premisas para la realización de este trabajo, he tenido que sintetizar multitud de ideas y focalizarme tan solo en ciertos aspectos, ofertando un mero boceto o muestrario de una realidad complejísima, inabarcable me atrevería a remarcar, que se bifurca en multitud de tramos y ramificaciones, que tal vez merecieran un tratamiento mucho más específico.

Sea como sea espero hallen en estas líneas algún atisbo de originalidad y acierto.

 

Nollywood: el giallo africano

Atendiendo a las distintas coordenadas del África subsahariana (Camerún, Sudáfrica, Tanzania, Angola, Congo, Nigeria…) durante las últimas décadas, están proliferando una serie de narrativas, leyendas, ficciones, películas en tono Pulp, que dibujan en buena medida los imaginarios colectivos de dichas colectividades. Zombis, vampiros, hechizados por fuerzas malignas, gentes devoradas, poseídas, por el mandato del capital. Las historias congoleñas hablan de dólares” resentidos” que ocultos en casas de sus dueños crecen descontroladamente hasta acabar sepultando a su dueño, guiados por una extraña capacidad expansiva y multiplicadora. Así mismo, en el sudeste del Congo, encontramos relatos de gente devorada por diamantes.

El cine es uno de los máximos exponentes dónde se exhiben dichas historias, plasmadas en exuberantes narraciones. Una popular película de Ghana de los noventa, Diablo, narra la historia de un hombre que se transforma a sí mismo en serpiente pitón y se introduce en la vagina de una prostituta y después, de volver a la forma humana se apropia de los billetes que ella vomitó. En Nigeria, una popularísima película Living in Bondage (1992), supuso el inicio de Nollywood, la tercera industria fílmica más grande del mundo en la actualidad. En ella se narra las vicisitudes de un hombre que se hace rico después de sacrificar a su mujer y beberse su sangre. Posteriormente, cientos de películas(literalmente) han seguido esta senda, inaugurando un nuevo género literario, el voodoo horror, de enorme acogida popular. La cultura de masa nigeriana, puede que sea el centro neurálgico de estas historias populares que nos sumergen en monedas mágicas que convierten a la gente en zombis, sobre dinero encantado que se escapa de la caja registradora para volver con su propietario después de cada compra, tarjetas de crédito que otorgan mercancías sin generar gasto alguno. Pero sin lugar a duda, lo más impactante que recogen estos argumentarios versa sobre asesinatos y desmembramientos para su posterior venta, cómo mera mercancía o ingredientes de pociones mágicas. En Tanzania, existen leyendas que narran los asesinatos de niños cuya piel es vendida.  En Angola y el Congo, los mineros especializados en diamantes, afirman que cuando el trabajo no es productivo es preciso sacrificar algo de esperma masculino o directamente una parte del cuerpo (un dedo, un ojo…) para espantar la maldición que bloquea dicha productividad. En esa línea, la sangre, aparece con asiduidad en este tipo de relatos vampíricos. En Malaui, a finales de los 2002 principios del 2003, algunos líderes del gobierno fueron señalados por pertenecer a una organización criminal de robo de sangre, con el propósito de venderla a agencias internacionales a cambio de ayuda alimentaria. En este mismo país, se describen aviones fabricados con huesos humanos que emplean sangre humana como combustible. En Camerún, multitud de historias señalan a las mafias locales cómo responsable de exportar trabajadores zombificados a Europa. Cómo ya señalamos, puede que el lugar dónde resulten más fascinantes estas leyendas sea Nigeria, por ejemplo, en la novela de Akinbolu Babirinsa, Anything for Money, un pastor fulani, descubre una caja metálica que guarda dentro una cabeza humana empleada para “la magia del dinero”. En el teatro yoruba se representan historias sobre ladrones de niños, que los encierran en cuartos secretos y emplean su sangre para elaborar brebajes que combinados con las palabras adecuadas provocan que el dinero caiga sobre una calabaza dispuesta sobre la cabeza de estos niños.

A través del voodoo horror o yuyu, el género más popular de Nollywood, con hasta mil quinientas producciones al año, se filman truculentos thrillers sobrenaturales poblados de espíritus, vampiros, fantasmas, dónde se plasma a la perfección las desigualdades económicas y la polarización social, los miedos, ansiedades y valores, del África subsahariana.

 

Brujería y acumulación: dialéctica de las colectividades

En 1996 en la ciudad nigeriana de Owerri, estalla una revuelta conocida cómo los Disturbios de Otokoto. La desencadena la desaparición de un chico joven, Anthony Ikechukwu Okonkwo, raptado desde 1994. En el hotel Otokoto de Owerri, un empleado, fue detenido mientras llevaba la cabeza del chico desaparecido envuelta en plástico en el maletero de un coche de alquiler. Horas después cientos de hombres se concentran en el mercado central de la ciudad, atacando las casas y los coches de los nouveaux riches, dos iglesias evangélicas y un áshram. Dos días después de la detención, el empleado de hotel, Innocente Ekeanyanwu, murió bajo custodia policial, lo cual hizo sospechar que fue asesinado para proteger a las familias ricas para las cual trabajaba. Posteriormente, la policía desenterró en los terrenos del hotel Otokoto el cuerpo del niño decapitado. La multitud se concentró de nuevo y prendió fuego al hotel, a unos grandes almacenes que atendían a la gente rica, a tiendas, hoteles y negocios exclusivos de los especuladores ricos cuyas fortunas se relacionaban con el fraude y la corrupción. Los disturbios continuaron al descubrir un cadáver humano asado en la residencia de un joven millonario de Owerri y de cráneos humanos y una “sopa humana de pimienta” supuestamente encontrada en la Misión Cristiana de los Vencedores, iglesia dónde los ricos iban a rezar. Los sospechosos de traficar con cadáveres fueron atacados durante la revuelta, incluido el director del hotel Otokoto, Vincente Duru, al cual se le acusó de guardar huesos humanos en su congelador de la casa de campo. El resultado de dichos disturbios fueron multitud de edificios quemados y decenas de vehículos.

Un artículo de prensa en el Post Express Wired escrito por el editorialista Agomuo Zebulon, titulado “The era of killing” del 25 de enero de 1998, sobre la citada revuelta afirma que” las historias sobre secuestros de niños, asesinatos rituales, comercialización de parte del cuerpo y otras prácticas mágicas se integran dentro de una dinámica cultural compleja para la cual “brujería” es una etiqueta algo básica pero ampliamente reconocida”. Dicho autor analiza los secuestros y asesinatos cómo símbolos,” son una representación de la violencia y polarización que apuntalan la estructura de desigualdad en Nigeria”

Todas estas narrativas conforman unos espacios complejos y diferenciados, construidos a través de historias compartidas, de patrones singulares, formaciones socioculturales, de clase, que conforman los imaginarios regionales dentro del sistema-mundo. Proliferan dialectos locales que expresan, representaciones concretas, más allá de los valores tradicionales, llegados por flujos de sentires y narrativas traídos de los centros económicos y culturales, que desde comienzo de la modernidad han conformado África, sus experiencias culturales, marcada a fuego, sobre todo por la diáspora africana y el juego de jerarquías y subordinaciones a nivel global. Surge entonces el reto de vincular ese imaginario de lo exuberante, de lo gore, de lo diverso, a tendiendo a lo local, pero vinculándolo a procesos muchos más hondos y amplios, que se solapan, embarullan y contradicen dentro de la polifacética África.

Las historias de vampiros, zombis y brujería contemporánea son fábulas de la modernidad, no es sólo que reproduzca los valores y creencias tradicionales, sino que cuestiona hasta qué punto la aparición de estas fantasías modernas está vinculada a las relaciones coloniales en un intento de poner en relación órdenes espacio-temporales distintas. Puede que la manida idea de señalar a áfrica cómo un espacio premoderno, fuera de la historia, es profundamente condescendiente y segregacionista, que en cierto sentido reafirma la justificación de pobreza y exclusión social, fuera de la dinámica del capitalismo mundial. Algunos estudios antropológicos de leyendas urbanas africanas sobre brujerías, cómo los realizados por Luise White, señalan “imaginarios nuevos para relaciones nuevas”, inspirados en imaginarios más antiguos, dónde los rituales eran ejercidos por familiares y vecinos, frente a la nueva empleada contra extraños y por parte de ellos. Una hechicería que, si bien emplea lenguajes antiguos, se adscribe a problemas sociales más nuevos y urgentes que describen nuevas experiencias. Historias que articulan problemas derivados del mercado, el dinero, la cosificación cada vez mayor del capitalismo contemporáneo.

Abordando la brujería desde las historias occidentales, se perciben la manifiesta exotización de los pueblos africanos, al categorizar las creencias sobre ella como “primitivas” e “irracionales”, tratando África y sus gentes cómo objetos para su entretenimiento, sujetos para el estudio por parte de los académicos del norte global o cómo enclave turístico. Huelga decir, que cómo resulta habitual en la modernidad, el pueblo africano se apropió de elementos de las religiones, cosmologías y narrativas de occidente para darle sentido a nuevas realidades, muchas de ellas impresas dentro de las recíprocas relaciones coloniales.

Echando la vista atrás, descubrimos las raigambres de la antigua brujería, arraigada en las comunidades rurales que se organizaban en torno a la agricultura familiar, la acumulación privada suponía una manifiesta amenaza para la unidad de los grupos de parentescos y la comunidad en sí, basándose en una estrategia de reciprocidad y redistribución, que se encaraba con la acumulación individual, en pos de una ética social que deslegitimaba la acumulación excesiva, es más la patologizaba. Por ejemplo, en Nigeria, las comunidades rurales igbo, la riqueza que se acumula sin ser redistribuida es vista como un peligro, ya que genera “un calor psicológico insalubre” que puede acarrear la muerte, un calor que sólo puede ser enfriado a través de prácticas redistributivas comunitarias para que la cohesión social no se vea afectada. Así, la acumulación privada se opone a la unidad social, amenazando con desgarrar el tejido social y enfrentar a unos grupos de parentescos con otros, derivando en un individualismo violento, fuente de autodestrucción en potencia, en la cual las personas literalmente se devorarían unas a otras. Entre el pueblo ibibio de Nigeria, las hechiceras son representadas como seres igualadores que buscan hacer daño a quienes acumulan y exhiben sus posesiones.  Para los isanzu en la parte centro-norte de Tanzania, las brujas desprecian el desarrollo, el progreso y la modernidad, desalentando cualquier tipo de riqueza. Las prácticas redistributivas, en ceremonias cómo el potlatch, al reducir la riqueza acumulada, protegen a los individuos prósperos de los severos ataques de las hechiceras.

 

Mujer, sexo y superstición

En ocasiones, si el flujo natural de las riquezas, en línea con la biología de la reproducción, se ve bloqueado, se asocia con la hechicería femenina, las cuales se apropian de energías reproductivas de otras personas o a desviar las suyas propias. Valga para ello el ejemplo de las Mami Wata (o Mami Water), creaciones híbridas del occidente africano, seres parecidos a sirenas que seducen a seres humanos para que se conviertan en sus cónyuges, concediéndoles grandes riquezas sacadas del fondo del océano, pero sólo si renuncian al matrimonio y a la reproducción con seres humanos. Al cuestionar así, el papel sociocultural del patriarcado, la mujer se manifiesta y se cuestiona ante la posibilidad de que pueda solicitar sexo y riqueza con fines individuales, originándose una imaginería en la que aflora una sexualidad femenina desbordada. En Nigeria, las brujas jóvenes(obanje) se dicen que manifiestan una sexualidad con una avidez satánica. Al sur de Níger, existen las figuras de las Marías, espíritus femeninos cuyo desmedido apetito de sexo y dulce, las lleva a prostituirse, matando o hiriendo muy a menudo, al objeto de su seducción.

 

De zombis y alienación: dialéctica del terror

Las imágenes de los zombis no provienen del folclore tradicional sudafricano, sino que son exportadas de las películas de terror americanas. Hablamos de nuevo de flujos y diáspora, ya que podríamos llegar a afirmar que los zombis de Hollywood son adaptaciones directas de las vivencias de los africanos esclavizados y sus descendientes en la antigua colonia de Haití. Lo que el cine de terror norteamericano realiza es la reformulación de un producto cultural propio de la esclavitud africana, acarreando una profunda carga que permea en la historia moderna del continente.  Definamos, primeramente, la figura del zombi de Hollywood, cómo criaturas que consumen sin ningún pudor, asaltan centros comerciales y devoran carne humana, no son muertos vivientes que producen riquezas para otros, las consumen.

Rastreando la figura del zombi, su primera aparición, nos traslada al occidente africano, al bajo Congo, dónde expresiones religiosas identificaban al dios o espíritu nzambi. Forma parte de un sistema de creencias que sostenían que los muertos podían regresar a visitar a sus familias, bien para ayudarlas, bien para dañarlas. En el contexto haitiano, dónde en 1789 había medio millón de esclavos trabajando en plantaciones francesas, el zombi se convirtió, en los albores de la industrialización, en una fuerza productiva que cumplía las tareas pesadas en beneficio de otro, careciendo por completo de memoria, autoconciencia, identidad y agencia, todos los rasgos que configuran a una persona. Las leyendas de zombis adquieren mayor eco durante la ocupación estadounidense de Haití (1915-1934), cuando los mandos estadounidenses emplean el trabajo obligatorio para construir carreteras e infraestructuras. Durante este periodo, surge una de las descripciones del zombi más influyente en lengua inglesa, se trata de la obra de Willian Seabrook, La isla mágica (1929), escrita tras pasar el autor un año con una familia haitiana que lo inició en la práctica del vudú. Se trata de una obra repleta de estereotipos etnocéntricos y que sentó las bases para las primeras representaciones fílmicas de estas criaturas, dónde se define a los trabajadores de la Compañía Azucarera Haitiana-Americana cómo “muertos que trabajan en los cañaverales”, describiéndolos cómo “una banda de criaturas andrajosas que van arrastrando los pies […] con la mirada embotada, como gente que camina aturdida. La mirada vacía como el ganado, sin respuesta cuando se les pregunta por su nombre”. Contemplando a esas criaturas llega a afirmar” Tres supuestos zombis que continuaron trabajando aletargados […], había algo antinatural y extraño en ello. Estaban cavando como embrutecidos, como autómatas. Si no me encorvaba no podía verles la cara por completo, que carecía de expresión debido al trabajo […]. Los ojos eran la peor parte […]. Lo cierto es que eran como los ojos de un muerto, no estaban ciegos, no miraban, no se fijaban en nada, no veían. En fin, la cara entera estaba bastante mal. Estaba vacía, como si trae ella no hubiera nada. No solo parecía carente de expresión, sino incapaz de expresarse” Dicho relato se acabará convirtiendo en una de las primeras descripciones de zombis tanto de la literatura cómo del cine estadounidense. Otro relato de referencia es el realizado por Alfred Metraux en su libro Le Vaudou haitien (1957)” El zombi permanece en esa zona gris entre la vida y la muerte. Se mueve, come, oye, incluso habla, pero no tiene memoria y no es consciente de su condición. El zombi es una bestia de carga explotada sin piedad por su amo, que lo obliga a labrar en sus campos, lo aplasta con su trabajo y lo azota con el más mínimo pretexto […]. La vida del zombi, a un nivel mítico, es parecida a la de los antiguos esclavos de Santo Domingo […]. A los zombis se les puede reconocer por su mirada perdida, sus ojos embotados, casi velados”

Esta visión de trabajadores mecánicos creada por la industria cultural americana creada en las décadas de 1930 y 1940, quedó desplazada por la misma industria norteamericana a finales de los sesenta por la de una criatura endemoniada, consumidores autómatas. Un cambio cultural significativo, que hizo que se alejase de los rasgos más relevantes en el contexto africano, dónde se configura cómo obreros autómatas.

Maximiliano Laroche en 1976, afirmaba acerca del mito de los zombis haitianos, que se trata de” símbolo mítico de la alienación: de la alienación tanto espiritual como física; de la desposesión de la subjetividad a través de la reducción del sujeto a una mera fuente de trabajo”.

Concluyamos con que adentrarnos en las leyendas africanas contemporáneas sobre zombis, no es sólo un ejercicio mimético con las mitologías hollywoodienses, por el contrario, encierra una potente crítica que nos emplaza de nuevo a hablar de cosificación, capitalismo, globalización, de cuerpos y espacios, el magnetismo del poder y del dinero, el peso debilitador del miedo entre la gente pobre, las frágiles estructuras de la cultura oficial, elevando el debate sobre nuevas narrativas que versan sobre ritos, espíritus y hechicería, a una crítica mordaz que posibilita explorar la diáspora africana, la colonialidad, los ciclos de la pobreza, la violencia y cómo no, el peso de las tradiciones y el folclore, con la manifiesta esperanza de renovar la visión derrotista que se proyecta sobre África.

El escritor nigeriano Ben Okri, en su trilogía de novelas: El camino hambriento (1992), Canciones del encantamiento (1993) y Riquezas infinita (1998), que surgen en el mismo momento en que nace Nollywood, plasma lo que podríamos denominar la dialéctica del terror, que alimenta las pesadillas y divisiones entre la gente, imaginando que la base para cualquier lucha de liberación se halla en la mente de las propias personas oprimidas. Por ello el lenguaje de la hechicería y los encantamientos ha de renovarse continuamente, así como la liberación de su capacidad para imaginar.

 

Monstruos y proyecciones: genealogía del miedo

Los hijos gemelos del caótico dios Ares, en la mitología griega, Fobos (del griego “miedo”) y Deimos (del griego “terror”, “espanto”), siempre lo acompañaban a la batalla. Ante su presencia, los combatientes entraban en pánico y quedaban completamente paralizados.

Desde los albores de la humanidad, hemos engendrado espacios dónde ubicar los miedos para tenerlos así controlados, darle formas y confinarlos para que no se escabullan, una estrategia lógica dictada por la razón, que en ocasiones pierde eficacia dado que buena parte de las pulsiones son irracionales, difícil de encauzar, de regular.

Marx, en sus primeros escritos, interpreta la obra de arte como un artefacto de eficacia desfetichizadora, capaz de atravesar el mundo reificado que reina en las apariencias y dar con la esencia del ser humano. Imagina así el potencial que el ser humano tendría librado de las relaciones de producción capitalista, revelando la promesa de un futuro no alienado.

El doctor Frankenstein insufló vida a ese amasijo de carnes, creando no sólo un monstruo, sino un nuevo mito que partía del clásico Prometeo, un mito que encarnaría la modernidad, el triunfo de la ciencia, de las técnicas que implementarían la industrialización, el desarrollo de las urbes y todas las transformaciones derivadas que darían pie al nacimiento del capitalismo. Se convierte así en una alegoría, en un mecanismo de proyección que da forma y cuerpo al sentir de un grupo.

Los vampiros y zombis, son igualmente seres abyectos, temibles, peligrosos, en el que puede que proyectemos nuestro miedo a ser subyugados, desprovisto de voluntad. Los vampiros pueden privarnos de nuestra fuerza extrayendo nuestra sangre, la energía vital, anularnos hipnóticamente, convertirnos en sus siervos. Los zombis, por su parte nos ofrezcan una imagen de nosotros mismos en tanto a seres poseídos, carentes de vida, al servicio de mandatos ajenos. Los primeros zombis, que aparecen en Haití a principios del siglo XX, eran eso “muertos que trabajan”, cuerpos carentes de identidad, memoria y conciencia, que sólo poseían la capacidad física para trabajar. A diferencia de los “nuevos” zombis, seres endemoniados y devoradores de carne que les han sustituidos, esos zombis portaban el germen del capitalismo y la esclavitud, del sometimiento y la explotación de seres humanos. Ahora bien, por torpes y lentos que sean sus movimientos, por predecibles y rutinarios que parezcan, los zombis también cuentan con una capacidad para la rebelión asombrosa, que se manifiesta en las agitadas noches de los muertos viviente. Festivales zombis que pueblan las páginas de las novelas Pulp, de cines y pantallas. Se trata de revueltas carnavalescas que trasmutan los patrones establecidos de la normalidad y toman las calles saliendo de su letargo. Tumulto de muertos vivientes, hiperactivos y malintencionados, que asedian comercios, saquean y socaban la autoridad, desatando el caos que da pie a la anarquía. Quizás por ello, esa imagen de derrocar lo establecido, de sublevarse, les confiere cierta carga utópica a las rebeliones zombis, de desenlace esperado. Derrocar la cultura oficial que domestica los cuerpos, donde el individuo aparece superfluo y desposeído, que cerca la personalidad, el deseo, la propiedad, que regula el ocio, el trabajo, que legisla y prohíbe, burócrata y compleja, resulta sumamente placentero, aunque al menos sea personificado por esa turba subversiva de muertos vivientes festejando, orquestando el caos. No es de extrañar que la industria cultural se haya apropiado de estas figuras para catalizar las potencias subversivas, interpretando el apocalipsis zombie como una fantasía dónde la atracción opera por debajo del horror.

Sin embargo, de algo carece las revueltas zombis de la actualidad, algo que se debió de perder en la transición entre los zombis de Haití y los de Hollywood y que sí que se refleja en las historias de zombis del África subsahariana. Según lo ya tratado, los zombis haitianos eran trabajadores mecánicos sin identidad, conciencia, locuacidad o memoria, meramente una fuerza bruta al servicio. Como vimos en La isla mágica de William Seabrook(1929) los zombis eran autómatas carentes “de expresión debido al trabajo”. La imagen del zombi como trabajador muerto viviente, durante la Gran Depresión nunca desaparece del cine de terror de Hollywood. En la película La legión de los hombres sin alma (1932), Bela Lugosi interpreta a Murder Legendre, un siniestro dueño de una fábrica ubicada en Haití, el cual revive a los muertos para ponerlos a trabajar en su molino de caña de azúcar, mostrando un engranaje humano de trabajadores alienados, asumiendo tareas mecánicas, repetitivas, propias de la estandarización fabril.

Esta figura del trabajador perdido, inmerso en los vericuetos del capitalismo, es una imagen de enorme peso y resonancia que caló hondo en Estados Unidos, un país asolado por altos índices de desempleo, pobreza y luchas raciales y de clase. Una imagen, por otra parte, que acabará desdibujándose, en buena medida, durante el revival del zombi de la cultura americana durante los agitados años sesenta. Dicha revisión o recuperación tuvo lugar gracias a figuras cómo George A. Romero, realizador de la película La noche de los muertos vivientes (1968). A partir de entonces, de manera paulatina, la figura del zombi es concebida como un demonio devorador de carne humana, extinguiéndose la figura del zombi-trabajador. Ese monstruo antropófago que en buena medida reencarna y define la cultura de masas de Norteamérica y Europa, y en general del sistema consumista globalizador. Los zombis proyectados como consumidores descontrolados, dinamitan la imagen de los zombis productores, como crítica feroz al hiperconsumismo y los excesos del capitalismo estadounidense, extrapolable, tal vez, a otras coordenadas. A su vez, ello conlleva invisibilizar el universo subyugante del mundo laboral y las confrontaciones entre clases o individuos, que están detrás de ese consumo. Puede que, por ello, en las películas o series de zombis actuales se puede vislumbrar una crítica al consumismo, que no, al capitalismo y sus vericuetos avasalladores, analizando las consecuencias perniciosas de la zombificación del trabajo.

Por otro lado, analizando la figura del zombi cómo insurgente que se confronta al orden social, hemos de retrotraernos a la Segunda Guerra Mundial, un periodo convulso en Estados Unidos en cuestiones raciales, de género y clase. Una serie de largometrajes de zombis producidos durante los años cuarenta sitúan en el despertar zombi el verdadero terror frente a un estado pasivo y contenido. La potente imagen del zombi subversivo, se manifiesta en cintas como Yo anduve con un zombi (1943) de Jacques Tournier, en ella se expone el declive de una familia blanca desestructurada que desciende de esclavistas, que poco a poco va degenerando y autodestruyéndose en una pequeña isla caribeña. Reflejo del ocaso del capitalismo colonial, la mujer blanca puede ser tomada cómo proyección de ese colonialismo en decadencia, los mismos personajes de la película dicen de ella y de su clase social que” estaba muerta en vida”,” muerta en su espíritu egoísta”. En este caso los zombis no son de la colonia sino de la metrópolis, muertos de un colonialismo que agoniza, crítica cultural del imperialismo.

En el mismo año en que se estrena la cinta, 1943, estallan los disturbios de Harlem, en protesta al tiroteo de un soldado negro por parte de un policía blanco. Dicho levantamiento tiene lugar en medio de un fortalecimiento de los sindicatos afroamericanos, los militares negros y las incipientes organizaciones pro derechos civiles y por el generalizado descontento por la precarización de los trabajos, la segregación racial, los salarios deficientes y el reclutamiento militar. En este contexto tiene lugar significativos elementos culturales, nace por ejemplo un nuevo y radical lenguaje musical conocido como bebop, una generación combativa de músicos de jazz, cuyas composiciones estructuraban ese sentir popular de ira, orgullo, disconformidad con la América blanca, en oposición al racismo y los privilegios, en un intento de crear una estética afroamericana que busca su lugar en medio de un mundo convulso y caótico, que se está reconfigurando. Entre los intérpretes de jazz más notables, destaca Thelonious Monk (1917-1982), cuyo lenguaje musical era conocido como música zombi, ya que esos acordes disonantes, polirrítmicos, en constante progresión, inauditos hasta el momento, recordaban la música de películas de terror. Acordes caóticos para un mundo desquiciado, la estética de la disonancia envuelta por una armonía de melodías envolventes de una belleza inquietante que paraliza y enerva a la vez, salvajes sonidos en la danza de los muertos viviente.

Música contestataria afroamericana, un nuevo ritmo urbano que según la expresión de Du Bois es el “grito acompasado del esclavo”. Los descendientes de esclavos africanos hablan, cantan, bailan, se muestran, crean, están, son, se mueven y mueven al mundo, por medio de esta música zombi, los muertos vivientes regresan a la vida, se reafirman en su irreprimible canto de libertad.

En la actualidad, el jazz moderno, sigue ocupando un lugar destacado dentro de la música contestataria, siendo una influencia manifiesta para géneros de reciente creación como el hip-hop o el afrobeat. De hecho, en los años setenta surge en Nigeria una nueva música zombi, con reminiscencia del jazz, se trata del exitoso álbum de Fela Kuti, Zombie (1977), un ataque frontal al ejército nigeriano y sus mandatarios políticos, que son proyectados como monstruos zombificados que se alimentan de la gente. Un claro ejemplo del género afrobeat, mezcla de elementos del black power, socialismo y panafricanismo, y a su vez, un reflejo o inspiración para la resistencia social, para la protesta.

 

Conclusión

Concluyamos afirmando, después de tan amplio recorrido cultural, que el arte, la música, el teatro, el cine, los libros, los comics, las series, los videojuegos, el folclore popular son y deben ser elementos que proyectan todas esas narrativas que nos construyen como sociedad, que nos configuran, a la vez que un reflejo, muchas veces deformado, dónde se percibe los males que asolan a las sociedades, independientemente de las coordenadas dónde se ubiquen.

Desechemos la imagen que tenemos de África como esa recurrente pesadilla de hambre, harapos y desprecio veteado de ocultismo y superstición, la imagen de la postal exótica, del safari, del coto de caza mayor retratado por Hemingway en Las verdes colinas de África sólo accesible a los cazadores VIP, de las tribus en taparrabos y del tamtán conjurador. Proyectémosla como un continente magnético, plural, culturalmente ubérrimo, cuna de la humanidad que nos arrulla en una nana cadenciosa y serena, silenciada en ocasiones por el estridente barullo de occidente.

Ya en lo personal, en un intento de auto enfocar todas esas proyecciones, encaro la linterna mágica que alberga todo el imaginario propuesto y concluyo en que resistir, en ocasiones es simplemente quedarse, ESTAR(como cuerpo-sujeto-dígito), mostrarse, otras en cambio, hay que SER(memoria-conciencia-acción), salir del letargo zombi, de la apatía que nos subyuga y esclaviza, sometidos y sumisos a un mundo inmisericorde que se impone a golpe del látigo empuñado por los mercados, el capital, la familia, el heteropatriarcado, la moda, el edadismo, la religión, el clima, el androcentrismo, la clase social, la biología, el capacitismo, la raza o etnia, la condición sexual, uno mismo…

Deszombifiquémonos, despertemos, seamos vivos vivientes.

Llegada la hora, cedamos las palabras finales a Mr Marley:

«Wake up and live, y’all,
Wake up and live,
Wake up and live now,
Wake up and live!”

 

¡Sigan jugando, hay trabajo por hacer!

 


 

  • Vampiros africanos en la era de la globalización En McNally, David, (2022). Monstruos del mercado. Zombis, vampiros y capitalismo global. (pp. 275-390) Levanta fuego.
  • Una belleza horripilante. Los sueños monstruosos de la utopía. En McNally, David, (2022). Monstruos del mercado. Zombis, vampiros y capitalismo global. (pp. 391-413). Levanta fuego.
  • Dubouis, Laurent, (2004). Avengers of the new world: The story of the haitian Revolution. Harvard University Press.
  • Labra, Diego (2012) ¿Por qué fantaseamos con el apocalipsis zombie? Lo que dice de “nosotros” el éxito The Walking Dead y otras ficciones del capitalismo tardío. El toldo de Astier. Propuestas y estudios sobre enseñanza de la lengua y literatura. Universidad Nacional de La Plata. ISSN 1853-3124. Año 3, Nro.4, pp. 95-104
  • Laroche, Maximiliano, (1976). The myth of the zombi. En Rowland Smith(ed), Exile and tradition: Studies in african and caribbean literature. Africana Publishing.
  • Metraux, Alfred, (1957). Le vaudou haitien. Gallimard.
  • Okri, Ben, (2008). El camino hambriento. La otra orilla.
  • Seabrook, William, (1930). La isla mágica. Cenit.
  • White, Louise, (2000). Speaking with vampires: Rumor and history in colonial África. University of California press.